Comentario
La abundante entrada de dinero procedente de Indias tuvo dos efectos perniciosos sobre la economía. Por un lado, favoreció la venta de productos extranjeros, más suntuosos y caros, y por otro, fomentó la compra de juros por parte de los enriquecidos comerciantes, que podían así alcanzar el ideal de vivir de las rentas y codearse con la nobleza. Como consecuencia, a finales del siglo XVI y durante todo el XVII se produce una crisis económica que afectará especialmente a la industria y el comercio. Ciudades antaño pujantes como Toledo, Burgos, Segovia, Barcelona o Medina del Campo ven así instalarse la crisis en sus calles y casas. Algo mejor lo pasan Madrid, por su carácter de villa y corte, y Sevilla, puerto de Indias. Incluso la capital sufre el traslado de la corte a Valladolid en 1601, con Felipe III como rey.
Las manufacturas extranjeras compiten con las nacionales, comprando los mercaderes fuera productos que venden dentro a un alto precio. El rápido enriquecimiento produce un afán por vivir de las rentas, con lo que los oficios sufren una caída importante. En respuesta, los gremios se defienden intentando impedir la comercialización de productos foráneos, extremando su monopolio de los mercados locales, reglamentando su actividad e impidiendo la conversión de oficiales en maestros.
La crisis la sufren también los campesinos, de por sí la clase más desfavorecida. Las crónicas de la época nos hablan de un altísimo grado de pobreza entre el campesinado, cuya actividad en general apenas da para el sustento diario. Las tierras más ricas pertenecen al señor o al clero, quienes reciben altas rentas a cambio de permitir su cultivo. La difícil situación económica hace del campesino, según descripciones, un ser que vive en precario, habituado a la pobreza y la miseria.